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Muchos años de mi vida me invadió el temor de que él quisiera dominarme, por eso yo intentaba subyugarlo. Mucho tiempo yo creí que él “tiraba” para su lado, por eso yo me empacaba en el mío. Muchos instantes sentí que él se alejaba de mí y por eso yo le retribuí con desinterés e indiferencia. En muchas ocasiones me angustió la sensación de que él me subestimaba, por ese motivo yo lo aborrecí. Durante toda mi infancia y mi juventud me armé para luchar frente a él, contra sus deseos, sus intenciones y sus actos, yo tenía preparada la exacta respuesta para protegerme de sus garras y asegurarme mi propia supervivencia...Y así transcurrían mis días, llena de desconsuelo, de enojos, de palabras rotas y de soledades infinitas. Hasta que un día (siempre lo hay) me despertó la voz milenaria y sabia de la Torá, y dió por tierra contra todos mis prejuicios y mis necedades, me decía que él estaba conmigo y yo frente a él para complementarnos y no para invadirnos, para cuidarnos y no para sofocarnos, para atendernos y no para servirnos, para compartir y no para dividir, para querernos y no para lastimarnos, para procrear y no para destruir, para ser uno y Uno con Di-os. Ese día, ese bendito día, HaShem abrió los ojos de mi alma y lo ví. Lo ví a mi socio frente a mí, invitándome a abrazarnos con el corazón. Entonces me entregué, me dí toda entera a disposición de nuestra empresa, todo lo que yo era y todo lo que podía llegar a ser, me propuse abandonar los viejos vicios y él propuso un nuevo compromiso y supimos en ese instante que los ángeles habían cesado de derramar lágrimas y comenzaban a festejar con Di-os el nacimiento de nuestro nuevo matrimonio. Que Su Shejiná siempre resida con nosotros y en todos los hogares de nuestro pueblo, Amén que así sea.
Patriicia (Dvorah)
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